Hubo que descubrir un continente
y cruzar el océano dos veces,
nacer en una época, ser peces
en una red propicia al accidente.
Hubo que someterse a un llanto ausente,
fracasar, condenarse en otros jueces,
para rememorar la paz, con creces,
de ser uno en el dos conscientemente.
El encuentro que fue gracias a un cielo
que dibuja los mapas y las rutas,
las vías y las sendas absolutas,
recreó el simulacro del pañuelo.
Sin las explicaciones de otra ciencia:
¡qué bien le sale a Dios la coincidencia!