Tú no me eres ajeno en el latido.
Te vistes de Verdad. Naces al mundo
en cada despertar, cada segundo,
como un eco callado del olvido.
En la dificultad está la entrega:
basta salvar la brecha o la muralla
para encontrar la verja y, tras la valla,
la perla que nos une y nos sosiega.
Así, yo te imagino, hombre y alma,
como el conquistador que funda el puente
con la palabra niña e inocente.
Tú no me eres ajeno en esta calma.
Tú y yo nos conocemos en el pecho:
en algún punto el mundo se ha hecho estrecho.