Le miraba a los ojos compungido, le clavaba él la vista imperturbable, la tensión se mascaba insoportable: la impresión de la luz gana al sonido.
El silencio estallaba. Un sinsentido de alfarerías fugaces memorable sobre el vasallo asfalto impenetrable devolvía al verdugo lo comido.
La correa, el bozal, el pienso seco, la mirada indiscreta, el fachaleco, conformaban un cuadro delicioso.
Bolsita negra en ristre, cogió el poso. ¡Cuán justa y cuán poética enseñanza!: no siempre es plato frío la venganza.
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